Comenzó en los años sesenta. Quién no recuerda aquella minifalda que lucían las entonces
jóvenes que creían estar cambiando el mundo y que no le gustaba nada a Manolo
Escobar cuando su novia se la ponía para ir a los toros. Casi a la vez se
inventó el Mini Morris, aquel revolucionario
automóvil que cabía en un zapato y aunque no había entonces problemas de
aparcamiento, tenía una mezcla de esnobismo y revolución a la vez. Era menos
que un coche en tamaño y más que un coche en concepto. Quizá sea por eso que ha
vuelto.
Cambiar el tamaño de los billetes nos costó algo más, pero
también fuimos evolucionando desde ese billete verde de mil pesetas que
presidían los Reyes Católicos, solo aptos para carteras de un palmo, hasta los
que luego vinieron más reducidos en tamaño con el mismo valor nominal pero
mucho menor valor real, como advirtiéndonos que un billete de mil ya no era lo
que había sido antaño. Y así hasta el actual minibillete de cinco euros que en pesetas serían 831,93 o sea, casi
mil, pero con el que puedes comprar menos que entonces con un billete de Manuel
de Falla.
Pero, quién diría que hemos cambiado tanto a la vista de las
minifaldas de ahora, más caras cuanto menos tela necesitan, y del tamaño de
algunos indispensables aparatos, como los teléfonos móviles, que han llegado a
ser tan pequeños que no me extraña que en Hispanoamérica les llamen “celulares”.
Y por si era poco, otro elemento tan indispensable en
nuestras vidas como el ordenador personal ha pasado de ocupar toda nuestra mesa
de trabajo a tener el tamaño de los portátiles, miniportátiles, ipad, ipod y ya se habla de generalizar el reloj-ordenador para
dentro de muy poco.
Y eso no es todo. Basta con comparar el tamaño de la ropa interior, desde la pernera larga y
casi cuello vuelto de nuestros abuelos hasta los actuales tangas que se han convertido en “ropa exterior” para los que se
empeñan en exhibir pantalones con cinturas de tiro bajo.
No sé de qué nos extrañamos de que las actuales cuentas
públicas sean más bien minipresupuestos aunque,
eso sí, motivados por la crisis. Pero casi estoy tentado a pensar que la tentación
de seguir la ola de la progresiva reducción en casi todo, algo habrá tenido que ver.
Como no podía ser menos, la moda de lo “mini” ha aparecido
también en el ámbito laboral y así se empieza a hablar de los miniempleos, o minijobs, como les gusta decir a los sajones. Todo un chollo que incluye
cotización a Hacienda y pensiones a la Seguridad Social, cubre bajas por
enfermedad y maternidad, vacaciones pagadas, el trabajador no paga impuestos y
puede compatibilizar con estudios, ayudas sociales y al transporte por el
módico e increíble precio de… 400 euros!! Cómo no va a ser una gran oportunidad
si siete millones de nuestros vecinos listos de la Germania lo están probando
ya. Un consejo: antes de consumir este producto lea detenidamente las
instrucciones de uso y consulte a su farmacéutico. Le hará falta. Resulta que la
mágica fórmula que nos aconseja el Banco Central Europeo no ha conseguido que
se conviertan después en empleos estables en Alemania, como pretendía su diseño
original. Me cuentan también que su uso se ha ceñido a trabajos que exigen
escasa o nula cualificación. Vamos, justo lo que necesitamos para afrontar con
éxito esta crisis. Si algo se nos va a exigir para salir de esta, es disponer
de buenos profesionales que afronten con éxito los nuevos empleos, o mejor dicho, las
nuevas formas de trabajar y de relacionarse entre personas y entre empresas.
Más aún si ya tenemos aquí inventadas otras fórmulas similares,
pero casi sin experimentar aún, como el trabajo a tiempo parcial o el
teletrabajo, que habrá que potenciar mucho más que hasta ahora, antes de
aventurar otras fórmulas y modas menos prometedoras que, según lo visto hasta
ahora, solo han conseguido miniresultados
en términos del empleo que de verdad nos hace falta.
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