Por fin se acabó la autarquía intelectual. Por fin tenemos españolitos
jóvenes que saben muy bien dar la talla entre los grandes, entre los que marcan
la pauta. Y eso es así porque han visto mundo, porque conocen de primera mano
cómo se mueven los hilos en el ámbito empresarial internacional sin tener que
preguntar a algún colega americano o alemán, sino aportando su opinión y
aportando soluciones tan válidas como las que más a la hora de decidir el
futuro en inversiones y proyectos de calado.
No es casualidad. Es el resultado del impulso que un día recibieron a
través de programas de financiación europea tan conocidos como Leonardo,
Sócrates, Erasmus, Petra, Comett y tantos otros que en su día abrieron la
puerta y la mente de muchos estudiantes y titulados españoles que descubrieron
que tras los Pirineos había, además de guiris, muchas opciones de aprender
otras formas de hacer, estudiar y trabajar. Muchas oportunidades para demostrar
que eran (y son) tan buenos o mejores que los estudiantes y trabajadores de los
países “más avanzados” de Europa y del mundo.
Muchos de ellos ya están de vuelta entre nosotros dirigiendo importantes
departamentos en empresas muy relevantes, creando sus propias empresas, tomando
decisiones y liderando proyectos internacionales (y locales) con una visión
abierta y dando una oportunidad a eso que llaman innovación, que no es otra
cosa que atreverse a hacer las cosas de otro modo para comprobar que se pueden
mejorar.
Les hubiera sido más difícil hacerlo si solo hubieran conocido el entorno
inmediato, seguro y cercano de su pueblo o ciudad, si supieran afrontar los
retos solo de una manera, sin un contraste con otras formas de ver la vida y el
trabajo, sin esas propuestas a veces extrañas pero eficaces de abordar situaciones
nuevas que solo se conocen cuando se asoma la cabeza por la enorme rendija del
resto del mundo.
El esfuerzo de dejar el ambiente habitual para salir a estudiar o
trabajar a otro país es antes o después recompensado. En primer lugar por la experiencia
personal de quien lo vive, y en segundo lugar por el mayor reconocimiento
profesional que, cada vez más, las empresas saben ver en quien es capaz de
solucionar de un modo atrevido y distinto cuestiones relacionadas con el
trabajo del día a día. Y eso, no lo olvidemos, es dinero para las empresas
porque supone muchas veces un SÍ o un NO a un nuevo contrato, a una propuesta
de colaboración profesional de interés o a un importante cliente que de otro
modo sería inaccesible.
Los españolitos vamos ganando terreno, palmo a palmo, a ese histórico
déficit en conocimiento y dominio de idiomas, especialmente en el idioma
internacional de la empresa: el inglés, con permiso del alemán en
ingeniería o el francés y japonés en otras disciplinas e incluso el chino como
idioma de futuro.
Pero el mayor triunfo lo estamos consiguiendo en esa otra alfabetización,
que es la cultural, la del conocimiento y la del trabajo compartido en y
con la red de redes.
Me sorprende ver, leer y escuchar visiones muy distintas, que alertan
sobre la mal denominada “fuga de cerebros”, sin tener en cuenta el enorme valor
añadido que incorporan quienes vuelven a casa con la experiencia y
conocimientos aprendidos en otros lares y ambientes bien distintos del de
nuestro país. Son esos trabajadores “retornados” tras una estancia en otro país
los que mejor pueden dar pautas y soluciones alternativas a las que
machaconamente venimos utilizando y que a base de repetirlas (o quizá por ello)
no dan los resultados esperados, especialmente cuando las cosas cambian tan
rápido.
La mayor “fuga intelectual” se produciría si no permitiéramos desarrollar todo
el potencial que disponemos, no dejándolo funcionar en entornos diferentes al
habitual. Es un coste-oportunidad que difícilmente podríamos recuperar. Porque
además, los países que incorporan a su PIB un importante porcentaje de I+D+i no
dudan en enviar a sus jóvenes a prepararse en otros países, con esa visión
internacional presente ya en cualquier profesión.
Con el avance de la temida, denostada y malentendida globalización, más
nos vale que acuñemos cuanto antes un nuevo significado al PIB: Producto
Internacional Bruto, porque en el mundo empresarial, las fronteras son cada vez
más delgadas y pierden el sentido que alguna vez tuvieron, si es que lo tuvieron
alguna vez. Dejemos la autarquía para los libros de historia.
Más que españoles por el mundo,
como dice la tele, hemos de ser españoles
del mundo, que entendamos como lógica una forma más avanzada de
relacionarnos, que resida en aportar y distribuir ideas y conocimiento (mil gracias,
internet), en el liderazgo compartido, con una visión de las relaciones
laborales en las que conceptos como igualdad de género o conciliación ya ni se
contemplen por innecesarios, al estar plenamente asumidos.
Y si les preguntamos a nuestros jóvenes, sabemos según los últimos
estudios de movilidad laboral internacional que seis de cada diez están
dispuestos a trabajar al extranjero. ¿Por motivo de la crisis? Quizá, pero
también por lo mucho que aporta ser ciudadano del mundo, para volver luego aquí
y demostrar las nuevas capacidades adquiridas, o bien quedarse a vivir en otro país el
tiempo que sea necesario, quién sabe si creando proyectos y desarrollando ideas
que después otros, españoles o no, puedan también compartir e incluso mejorar.
Es lo bueno de ser del mundo mundial y que las distancias sean cada vez
más cortas. No lo desaprovechemos.