miércoles, 3 de octubre de 2012

Interinos


Están a nuestro alrededor y parece que siempre lo han estado. Solucionando los problemas que surgen en el día a día, sin importar cuál sea su complejidad, asumiendo los “marrones” que siempre surgen, aceptando el trabajo tedioso pero necesario, dedicados a la atención al público, a poner al día el archivo “histórico” que hay en toda oficina que se precie y elaborando completos resúmenes e informes de cada tema nuevo que llega al correo electrónico.
Siempre se acuerdan de los interinos para sustituir en vacaciones, para cubrir bajas inesperadas, para coser el roto y zurcir el descosido… A buen seguro hay una cláusula en sus contratos que incluye entre sus funciones: “para lo que haga falta”.
La duración de su contrato es en muchos casos una incógnita que depende de múltiples variables, entre las que se encuentra, por supuesto, la dotación presupuestaria del Capítulo de personal.
Hay interinos que acumulan muchos años de experiencia como tales. Tanto que se nos van haciendo mayores y nosotros también vamos creciendo con ellos. Pero el tiempo que pasa no vuelve y ya no son tan jóvenes cuando se van. Porque un día se van. Quién lo iba a decir, cuando todos estábamos acostumbrados a verlos ahí, con su sonrisa y buen hacer, sin quejarse, haciendo que parezca que no están, pero están. Vaya si están, y cómo se nota cuando ya no están. 
Cuando entran a trabajar tienen las más altas expectativas y a su familia encantada de que hayan metido la cabeza en la Administración. Todos ilusionados por la suerte que han tenido. Siempre se ha dicho que una vez que se entra en la Administración, ya no se sale, pero eso sucedía en otros tiempos. Ahora todo ha cambiado y el sueldo que cobra un interino un mes no se sabe si volverá a cobrarlo el siguiente.
Quiero personalizar esta historia en un interino al que llamaré Emiliano y que bien puede representar a muchos de los internos que han pasado por la Administración en los últimos años. Recuerdo la gran disposición de Emiliano desde el primer día que entró a trabajar. Recién titulado y ya tenía su primer trabajo. Enseguida supo cómo encargarse de las tareas más habituales y no mucho después de todas las demás. Sin darnos cuenta se convirtió en lo más parecido a alguien imprescindible, si es que alguien lo es en algún trabajo.
Derrochaba ilusión, dedicación, atención a sus compañeros y a toda la gente que demandaba sus servicios… Todos estábamos encantados con él. En fin, que él mismo creyó que había encontrado su sitio ideal para trabajar.
Cada tarde dedicaba muchas horas a preparar el temario que supuestamente iba a formar parte de las pruebas que tendría que superar para acceder a puestos similares al suyo de una forma definitiva.
Era raro el día que no explicara a sus compañeros cómo aplicar conocimientos nuevos que iba adquiriendo a medida que avanzaba en el estudio de la oposición que otros consideraban tediosa, larga y complicada, pero que él veía apasionante porque le abriría en su día la puerta definitiva de entrada a la Administración. “Quién iba a pensar que lo que estudias tendría alguna aplicación en el trabajo”, le comentaban no sin chanza sus compañeros, aunque en el fondo estaban encantados de saber que siempre estaba él para solventar cualquier duda que a alguien le surgiera, aún en otros departamentos distintos al suyo.
Alguien le explicó un día que este año no se había previsto publicar ninguna convocatoria de oposiciones para su puesto ni para otros similares. Se le entristeció el gesto porque esperaba la oportunidad de demostrar que era capaz de superar las pruebas dada la preparación que ya tenía, pero al momento recuperó su habitual ánimo y siguió trabajando, si cabe, con mayor dedicación aún. De cualquier modo, pensó, mientras no se convocaran oposiciones seguiría teniendo el privilegio de trabajar, y además en la que ya consideraba su oficina, con el trabajo que conocía bien y al que tanto aportaba. Solo era cuestión de tiempo el que volvieran a convocar las pruebas, al año siguiente.
Pero no se convocaron tampoco al siguiente año, y alguien empezó a comentar que dada la situación de restricción de gasto en la Administración, cualquier día empezarían a despedir a los interinos y hasta iban a congelar los sueldos. Es una exageración, dijeron unos. Hasta ahí podíamos llegar, dijeron otros. Pero Emiliano no dijo nada. Entendía que de algún modo, con mayor o menor sueldo, antes o después le llegaría el momento de superar la tan esperada oposición.
Pero no hubo tal, tampoco ese año. Tras la congelación vinieron las rebajas de enero, también para los sueldos públicos, interinos incluidos, y consecuentemente la temida reducción de plantillas.
Nadie sabe dónde, cómo ni cuándo se tomó la decisión, pero lo cierto es que sin que nadie lo esperara, Emiliano recibió un día su carta de preaviso. La notificación era un papel normal, de los que él estaba habituado a tramitar, de los que con su membrete y su sello distinguía la procedencia, el destinatario y el plazo. Ese plazo que era todo el tiempo que le quedaba para dedicarse a la tarea que, quien lo iba a decir, ya llevaba varios años desempeñando y que una vez pensó que era su tarea. Suya, su puesto y su sitio. Pero no, no era cierto. Nadie le dijo que la calidad en su labor, su especial esfuerzo, ese carisma que nadie como él tenía en el trabajo, no puntuaba en ninguna oposición. ¿Cómo lo explicaría en casa? Fue lo primero que le vino a la mente, porque le era muy difícil explicar por qué de entre todos los gastos que había que eliminar, era precisamente su sueldo el más prescindible. No es que creyera que su labor era más importante que la del resto de sus compañeros, pero él mismo recordaba haber elaborado informes que fueron muy reconocidos por sus jefes, en los que incluso proponía cambios que optimizaban el funcionamiento del departamento, haciendo que con el mismo esfuerzo, el resultado fuera mucho mejor que el acostumbrado y así poder abordar tareas nuevas, controlar mejor las que ya se venían haciendo y liberar además tiempo para que todo el mundo pudiera formarse.
Formarse. Eso había hecho él toda su vida desde que la memoria le alcanzaba. Siempre se había esforzado en estudiar porque disfrutaba de saber que cada día era más conocedor de las cosas, y más capaz de mejorar su entorno con las competencias que iba adquiriendo. Pero ahora se preguntaba en qué se había equivocado. Cuál era ese aspecto sutil que se le había pasado por alto y que hacía que se encontrara en total fuera de juego sin esperarlo y sin entenderlo.
Todo el mundo quiso despedirse de él el día que recogió sus cosas y su mesa quedó vacía. Pero nadie sabía cómo hacerlo, porque todos entendían que se había convertido en parte esencial de la organización y sin él la oficina ya no volvería a ser la misma.
Escuchó palabras de ánimo, de que eran cosas de la crisis, de que todo el mundo estaba afectado por los recortes, etc. etc. Pero él solo escuchó lo que sabía que era lo más importante: cuál sería su próximo paso a dar. ¿La oficina de empleo? Claro. Había mantenido activa su tarjeta de demandante en mejora de empleo todo ese tiempo, porque de un modo u otro le había permitido acudir a cursos de reciclaje relacionados con su especialidad. Pero esta vez no acudiría para informarse sobre la formación a recibir, sino para solicitar una prestación económica que le ayudaría económicamente mientras buscaba un nuevo empleo.
Sí, encontraría un nuevo empleo, superando nuevas pruebas de acceso, más entrevistas, buscando en la web, preguntando a los amigos, atento a cualquier oportunidad y, por qué no, incluso pensó en crear su propio empleo. Con los conocimientos y destrezas que ya había adquirido todo era posible. ¿Por qué no? ¿Por qué no ahora? Con más edad que la que tenía cuando entró a trabajar como interino en la Administración, pero también con más experiencia y más capacidad. Porque se sentía capaz y se sabía útil. Solo era cuestión de tiempo y de seguir esforzándose como siempre había hecho, como él sabía hacer.  
El tiempo pasó y muchas cosas le sucedieron después a Emiliano y a los que como él pasaron por la Administración  ocupando temporalmente un puesto de trabajo. Pero el resto de la historia solo puede contarla su protagonista. Eso le corresponderá a Emiliano. Quizá la historia aún no puede contarse porque está aún por suceder.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado tu crónica; Carlos.
    Por encima de la fría y cruel realidad que vivimos actualmente. Ahondando en los aspectos personales y de pérdida de capital humano que suponen estos ceses.
    Acabo de vivir un episodio de este tema (me niego a llamarle anécdota) que, lamentablemente, aún hace más truculento el asunto: El propio interesado recogiendo en el fax el escrito a la dirección que comunicaba su cese con 24 horas de antelación.
    Sin más comentarios.

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  2. Gracias Carlos, por dedicar esta elegía a un trabajador, como hay muchos que dentro de la administración se dedican a "trabajar". Gracias en nombre de muchas personas que hemos estado como Emiliano en esa situación.

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